Empezamos con la formación

Aula de formación

Este fin de semana hemos inaugurado los ciclos de formación de la Fundación para la Salud Geoambiental con las jornadas dedicadas a radiaciones no ionizantes y sus efectos. Estas jornadas están destinadas tanto al público en general como a profesionales de la salud y de la arquitectura. La finalidad es divulgar en profundidad y detalle los distintos factores que conforman la Salud Geoambiental, y así comenzar a construir una formación que derive en futuros profesionales de esta área.

A fecha de hoy podemos decir que estamos muy contentos. El curso ha sido un éxito y el aula de formación de la Fundación para la Salud Geoambiental se ha quedado un poco justita. Tanto, que algunos alumnos han tenido que esperar al próximo ciclo formativo, para el que ya hay fechas reservadas. Por tanto, si alguno estáis interesados, es conveniente que os inscribáis cuanto antes.

Agradecemos a todas las personas que han hecho posible la realización de estos cursos, tanto a los organizadores como a los alumnos y a los profesores. Desde luego, cada vez existe más preocupación por todos los aspectos implicados en la salud geoambiental. Y esta creciente conciencia social es lo que más nos mueve.

¿Os veremos en el próximo curso?

Lo que no vemos, sí existe

La mayoría de los campos electromagnéticos que nos envuelven son invisibles a nuestros ojos. Es difícil comprender qué son y cómo se relacionan con nosotros los campos producidos por una línea de alta tensión, un transformador urbano, una antena de telefonía móvil o cualquier fuente que vemos en calles y azoteas. Y si además no podemos ver la fuente, parece que el problema no existe. Pero sigue estando ahí, y además, afecta a nuestra salud.

Antes de que el problema concreto desaparezca, os muestro una fotografía que realizó mi compañero José Miguel una mañana de camino a la oficina. Es de una línea eléctrica que se está soterrando en las aceras de nuestras calles, en Madrid, por el distrito de Moncloa. ¡Menudo tamaño tiene la bobina!

Línea soterrada

Y el tamaño importa, vaya si importa. No tanto el del diámetro del cable, sino el del campo que generan estas líneas soterradas. En muchos casos pueden alcanzar hasta una densidad de flujo de 200 nT (nanoteslas) en la tercera planta de un edificio de viviendas. Imaginaos a pie de calle. Sí, sí, debajo de las aceras por las que pasamos todos los días, en la puerta de nuestra casa. Cables bien escondidos, donde no los vemos; sin arquetas, registros ni una mínima señal que delate su presencia. Ahí, generando nanoteslas a porrillo.

¿Sabéis si tenéis alguna línea soterrada cerca de vuestra casa?

Con solo 0,00006 µW/cm2

He medido la radiación de fondo de microondas en la casa de San Roque, y he obtenido 0,00006 microvatios por centímetro cuadrado. He recibido y enviado multitud de llamadas y SMS de felicitación durante esta Navidad, y os puedo asegurar que no me ha fallado en ningún momento la cobertura. No me lo explico. Entonces ¿para qué necesitamos valores legales de hasta 450 µW/cm2 (microvatios por centímetro cuadrado) o mayores? ¿Por qué intentan convencernos de que son imprescindibles para garantizarnos el servicio a los usuarios?

¿Es que no tenemos suficiente con los 0,1 µW/cm2 que propone la convención científica de Salzburgo de 2000? Este dato ya es más de 1.600 veces mayor de lo que hay en el ambiente de la casa de San Roque, o de lo que pude medir en la habitación del hotel de Salzburgo en el que estuve hospedado este verano.

El valor de 0,1 µW/cm2 es el aceptado como seguro por la comunidad científica internacional más crítica con la exposición ambiental continuada a campos electromagnéticos por telefonía móvil u otras tecnologías inalámbricas. Y si este valor es el aceptado por dicha comunidad, ¿por qué es tan difícil ponerse de acuerdo para adaptar la tecnología en beneficio de todos?

Hay margen más que suficiente para poder hacerlo, ¿no creéis?

El arte de habitar

Estas fiestas las estoy pasando en el pueblo, en casa de la familia, disfrutando de los encuentros familiares y de los amigos. También estoy ganando algunos gramos (bueno, vale, kilogramos) con las comiditas navideñas y los platos familiares tan entrañables, cuyos aromas y sabores siempre estarán en nuestras memorias. Y siempre recordaremos como bueno, sano, autentico, de toda la vida, etc.

Además, estoy disfrutando de la calidad del sueño, que en la casa familiar de San Roque se puede categorizar de excelente. Con sus casi 100 años dando hogar y cobijo la casa de San Roque no ha conocido estructuras metálicas ni hormigón, su cuerpo está formado por mampostería de piedra caliza y mortero de cal, yeso, madera, caña y teja árabe. Instalaciones eléctricas las justas. La calefacción la pone la chimenea, pino, podas de albaricoquero, sarmientos y cepas de vid, junto con alguna caja que no irá al reciclado, exclusivamente biomasa. Muros de carga de entre 60 y 80 cm de espesor, de esos que hacen calentitas las casas en invierno y frescas en verano sin hacer nada, un sistemta de arquitectura tan antigua y sencilla como eficiente, la cual jamás ha necesitado ni enchufes ni tubos para dar de comer a las compañías tan dependientes de nuestras necesidades de consumo energético, tan solo pura inercia térmica.

En cuanto a la calidad del ambiente por campos de microondas, nunca hay más de 0,00006 µW/cm2 (microvatios por centímetro cuadrado) , y por supuesto sin dejar por ello de tener cobertura en el móvil. Y en los dormitorios, mobiliario vintage años 30 y 50 en madera, con las camas cubiertas por una buena capa de mantas, todo un lujo en aislamiento y conservación de la propia energía. Sin frío, sin calor, sólo confort.

Todos coincidimos en que aquí dormimos mejor que en el piso de las ciudades en las que hacemos nuestras vidas.  Disfrutamos de un espacio más libre de radiaciones y de contaminación geoambiental. Y no es que durmamos mal en nuestras casas habituales, pero sí que nos percatamos de que la calidad del sueño es siempre mejor en casas como la de San Roque, la de la Plaza, la del Trueno, o la de los Caños, casas con nombre propio, de las que no recordamos ahora sus números de calle y en las que casi todos alguna vez hemos podido disfrutar de un sueño tan fresco como los de antiguamente, igual que cuando éramos pequeños, un sueño tierno, puro, profundo y verdadero.

Indudablemente el lugar “con mayúsculas”  influye directamente en la calidad de nuestras vidas. Claramente encontramos tantos grados de excelencia en el hábitat como podemos encontrarlos en tantas y tantas facetas de la vida. Tantas como puedan alcanzar nuestros sentidos, los cuales nos indican mediante “estados de placer puro” lo bueno que puede  ser para nuestra salud y bienestar, o más simple, “para vivir”, el disfrutar de acciones tan sencillas y autenticas como caminar en la naturaleza y respirar el aire puro del campo, los aromas y sabores de una buena comida, una buena compañía, una buena música…
O en el caso que nos ocupa, un buen lugar para vivir y descansar.

Andamos buscando una ciencia y posiblemente se trate de un arte, como muchas de las cosas buenas de la vida.

Y vosotros, ¿dónde os sentís más a gusto?