¡Pues en mi pueblo quieren poner un cementerio nuclear!

La radiactividad de un cementerio nuclear persiste por miles de años, pero nuestra tecnología actual no puede dar respuestas eficientes a tan largo plazo. Lo explica muy bien Joan Herrera en este artículo publicado el 1 de febrero en El País.

Un cementerio nuclear contiene un riesgo que puede no ser inmediato. Obviamente todas las instalaciones requeridas para el cuidado de estos residuos se encontrarán, estoy totalmente seguro de ello, en perfecto estado y cumpliendo con todas las garantías de seguridad desde el mismo momento de su puesta en funcionamiento. Previsiblemente también se encuentren en perfecto estado de conservación dentro de 50 años, aunque vaya usted a saber.

No obstante, teniendo en cuenta la vida media de los residuos nucleares a almacenar (y entendemos por vida media el tiempo que estos elementos tardan en reducir su actividad justo a la mitad), encontramos que en el caso del uranio 238, el periodo de semidesintegración que ocupa esa llamada vida media es de unos 4.500 millones de años. Una pasada.

Por lo que sabemos, las ciudades más antiguas de la Historia comenzaron a florecer hace unos 10.000 años aproximadamente (mucho antes que mi pueblo), por lo que ni con toda la historia de la civilización junta podríamos custodiar eficazmente tanta y tan buena herencia para nuestros descendientes.

Perdón, me corrijo: tal vez sólo tengamos que cuidar estos residuos hasta que los podamos enviar a la Luna.

No es un misterio, es salud geoambiental

“Llegará una época en la que una investigación diligente y prolongada sacará a la luz cosas que hoy están ocultas. […] Llegará una época en la que nuestros descendientes se asombrarán de que ignoráramos cosas que para ellos son tan claras…”

Séneca, Cuestiones naturales,
Libro VII, siglo I

Así comenzaba Carl Sagan su obra Cosmos, que salió a la luz en 1980. En esa época yo tenía 15 años y quedé fascinado por las ideas, las personas y el universo que la serie mostraba. Desde entonces he sentido un gran placer en seguir buscando respuestas a las incógnitas que nos ofrece la vida.

La más fascinante de estas incógnitas la encontré en la naturaleza de las radiaciones y los campos electromagnéticos. Algo que aparentemente no podemos ver, oler o tocar, y que por nuestra experiencia cotidiana parecen no existir. Sin embargo se encuentran en el origen de todo lo que vemos, olemos y tocamos. De hecho la vida y la salud dependen del equilibrio natural de éstos.

Los ritmos y los niveles de los campos electromagnéticos generados por las antenas, aparatos e instalaciones eléctricas, o por la actividad física de elementos geológicos como corrientes de agua subterránea, fracturas y contactos del terreno, o por la radiactividad natural procedente de las rocas del subsuelo, interfieren directamente en el equilibrio de la salud de los seres vivos. La Salud Geoambiental estudia la actividad y las fuentes de las diferentes radiaciones y su influencia en la salud. Mi intención es compartir desde aquí mis reflexiones y conocimientos sobre esta nueva disciplina.

Estoy firmemente convencido de que todos podemos vivir en un lugar sano si sabemos identificarlo y aprendemos a construirlo.